viernes, 30 de octubre de 2009

Pijiriche símbolo de la justicia hondureña

El Sipile, 30 de octubre de 2009

Querido Poeta:
Tenía razón Pijiriche, perro de la calle, personaje de grafitis y pintas, cuya figura es el mejor reflejo de la justicia de este país, y según dicen sustituirá a la estatua de la Diosa Temis en la Corte Suprema. Eso dicen que ha quedado propuesto por los Estudiantes del Instituto Central, que lanzaron a este perro al estrellato, genio y figura de la justicia hondureña. Y yo he tenido la honra de conocerlo al topar con él en mi venida a la capital, lo he visto de cerca y lo he visto tomar, con la mayor solvencia, de las aguas de porquería de este río de espanto y hediondez que riega y nutre la imagen pública de esta capital. Y amenazar con sus ladridos, a Chepa, su compañera.
Pijiriche ladra de lado, para no gastarse en el esfuerzo de demostrar que es perro sólo capaz de mantener de pie sus huesos, por la dureza del pellejo, el cuero, lo tiene duro de tanta cicatriz de gusanos y de golpes, callosidades y nudos de legañas y desgarraduras. Y más que cuero, hasta parece una fatiga sucia de militar, de esas moteadas, con que se lucen ata tomar la eucaristía en días de festín de barras y juerga espiritual.
Pijiriche es flatoso, seco, dantesco, duro de la dureza de vivir entre la miseria, el golpe a cada rato y la vergüenza de la humillación. Su aspecto de miseria calada, que le curte el cuero, la suciedad en el hocico, las orejas gachas y el brillo opaco y quebrado de su mirada; por eso, creo que la comparación anterior, no vale.
¿Cómo hacer nuevo a Pijiriche? ¿Cómo nutrirlo y cambiarlo de aspecto? Eso no lo podría hacer ni un diplomático gringo pese a su poder de ajotar, o de mandar a echarse a su perrera a los perros de la guerra, cuando les viene al caso.
Usted porque no lo ha contado en la novela, Poeta, pero la vez que me topé por primera ocasión con Pijiriche en los bajos de los puentes del río Choluteca, me dijo: “este río sucio, es un asunto de gringos” Por supuesto, el se refería, a todas las porquerías que sacan los pobres de la corriente del río, que la lavan y las llevan a vender de nuevo al mercado: latas, pedazos de alambre, tucos de hierro, condones usados, botes de plástico, etc.
Y gringos, son los intermediarios que compran por libras esas miserableces y desperdicios extraídos del río al que le flotan fantasma y basuras en ruta hacia el mar de calamidades, pueblos abajo hasta legar a la mar del sur, donde un día espero conocer, porque dicen que se allí viene la sal y yo me daría gusto.
“Esto se llama elecciones, me dijo Pijiriche, hay que saber elegir que es lo que te compran en el mercado los gringos”
Pijiriche tiene una vida flatosa, tal él, que se las lleva en los bajos del puente ladrándole a los sórdidos con los que viene a refugiarse y a comer sobras de sobras de estos legañosos y misérrimos personajes que habitan cuevas en los puentes de este río sucio, que por algo reina como una arteria viva en el corazón de la capital de la nación, emergiendo su figura en símbolo de algo todavía sin interpretar, de sucia claridad en toda su grandeza de Río Grande Choluteca.
“Los gringos saben cómo escoger la basura a su gusto y volverla a recomponer para que les sirva, y siempre hacer negocio” Me dijo Pijirique, bebiendo agua sucia e invitándome a beberla a mí que me moría de sequía, pero yo, le deje ir tres pedos en el hocico, ofendido, porque yo, burro y todo, nunca llegaría a esos límites del extremo donde sólo los humanos y los perros son capaces.

Poeta, las aguas sucias están en oferta para que las elijamos. Y si tomamos de ellas, nos vamos a hacer de igual aspecto que Pijiriche ¡Cuidado con la basura que flota en este río puerco y revuelto, que los gringos compran barata, para fundir y revender como hojalata nueva. Cuídese poeta, y no caiga como elector en ese río revuelto.

Aquí, en esta capital, hay que andarse con cuidado, mucha basura, y en una de esas se puede dar una punzada, en un garfio venenoso, o desesperado, tomar de una corriente podrida y morir envenenado.

Lo saludo, y alerta, que yo con mis roznidos, le marcare cuándo la hora es verdadera. Y cuando me vea patear, alerta, que las tarántulas se mueven entre los legajos de la basura. Y en el reino de esta capital, no olvide, sólo hay santos de apellido y aullidos de verdad. Y los que restan, son de corrales.

Rebuznos, respingos y coces, antes que quedarse dormido, cuídese Poeta.

Palmerolo
Su paisano borrico

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